El dueño de la casa nos había recomendado pedir un auto, en lugar de usar el colectivo del aeropuerto. Entonces, llegó José en su Ford negro, patente terminada en 48. Con su auto, cada día, cruza la frontera dos veces: trabaja en San Diego y duerme en Méjico con su familia.
San Diego está escrita mitad en inglés y tres cuartos en español. Sin embargo, es difícil encontrar latinos hablando su lengua nativa porque, dicen por ahí, quieren integrarse. Hay emisoras de radios americanas y casi en igual número mejicanas. El pop y el rock se escuchan en unas, y los boleros en las otras.
Viví en una casa inteligente: las persianas se subían y bajaban apretando botones, la música era funcional, lo mismo que el polvo de lavanda que se olía cada tanto. El resto de las cosas era promedio: si nadie sacaba la basura, el olor por supuesto era insoportable, la manija de la puerta de entrada a veces se trababa y el inodoro era color negro.
Cuatro cuadras para atrás, está el Parque Balboa: cuatro cuadras para adelante, Little Italy. Y dos más allá de la pequeña Italia, la costanera.
A lo largo de la costanera hay muchos bancos públicos, la mayoría ocupados por vagabundos. También hay vagabundos en el centro de San Diego. Es normal que insulten al pasar y pronto se vuelvan para disculparse y compartir sus angustias. Fue en San Diego donde vi, por primera vez, una persona orinando y haciendo otros trucos en la vía pública.
SeaWorld San Diego
Marshall dice que es mejor que el Zoo, y eso que a él le gustan las aves.